Vivimos en un mundo que necesita desesperadamente la esperanza, basta con encender el tv o conectarse a internet, para darnos cuenta a través de las múltiples imágenes que pasan por la pantalla, que los rostros, la naturaleza, la economía, la violencia, el abandono, la desidia, el abuso, la indiferencia etc., han apagado la esperanza.
Por: Adrián Hernández/ Recordemos a Pandora y su caja recibida la noche de bodas que contenía todos los males del mundo y frente a la cual ella había recibido la instrucción de no abrirla bajo ninguna circunstancia. Pandora llevada por la curiosidad, la abrió y para su desaliento todos los males escaparon. Llevada en llanto y desesperación hundió su mano y muy en el fondo encontró a alguien que no había logrado escapar. Era la esperanza, único bien depositado en la caja. Desde entonces se dice “que la esperanza es lo último que se pierde”.
Este bello relato de la mitología griega nos sitúa en la línea del tiempo para indicarnos que desde muy temprano en la historia de la humanidad, este bello vocablo que es invocado constantemente en tiempos de incertidumbre, de situaciones límites, quizá de desesperación, da una solución feliz cuando aparentemente ya no hay nada qué hacer.
Vivimos en un mundo que necesita desesperadamente la esperanza, basta con encender el tv o conectarse a internet, para darnos cuenta a través de las múltiples imágenes que pasan por la pantalla, que los rostros, la naturaleza, la economía, la violencia, el abandono, la desidia, el abuso, la indiferencia etc., han apagado la esperanza. Porque cuando ésta está todo brilla, es verde, hay sonrisas. Y si bien el peso de la situación tratase de apagarla, muy en el interior aparece como una chispa capaz de encenderlo todo.
El paso del Covid por la humanidad ha dejado unas secuelas fuertes de dolor, de pesimismo, de desesperación. No en vano pasa la muerte de cientos de seres queridos, que no dieron tregua ni para el despido. También ha sucedió así con pequeños y medianos emprendedores que vieron acabar sus sueños en un tiempo muy reducido. En este panorama está el lado extremo de la esperanza que no es otra cosa que desesperanza.
Pero entonces, ¿qué es eso de la esperanza?
Usualmente suele confundirse con optimismo, es más, hay algunas definiciones de esperanza que contienen la palabra optimismo, como ésta: “La esperanza es un estado de ánimo optimista en el cual aquello que deseamos o aspiramos, nos parece posible”. No obstante, esperanza no es igual que optimismo. Trataré de explicarlo con un ejemplo.
A propósito de la pandemia, personalmente me sentí muy conmovido el día que los medios anunciaron que había una vacuna para controlar el Covid y aunque veía lejos el día que llegara mi turno, siempre mantuve la convicción de que así sería por lo que procedí a buscar y monitorear los centros de vacunación y esperar que mi franja de edad tuviera la luz verde para proceder a la primera dosis. Y así fue, llegó la primera, luego, la segunda y finalmente la tercera. ¡Problema solucionado!
En todo, el optimismo me acompañó, hablaba con mi esposa y concluíamos: ¡ya falta poco! Era cuestión de que el tiempo pasara porque todo iba a estar bien.
Acá se ve claramente lo que es la esperanza y lo que es el optimismo. Esperanza es un sentimiento de empoderamiento y un sentido de propósito que es colaborativo y se centra en objetivos más altos, es decir que algo deseado, podría suceder. El optimismo, por su parte, es tener confianza en el futuro o el éxito de algo. Por eso el decir de la persona con esperanza es: “yo siento que es posible lograrlo, es posible conseguirlo” y en camina toda su atención a esa meta. El optimismo le ayuda a no desfallecer, le ayuda a conservar el estado de ánimo arriba.
Desde comienzos del presente siglo con el nuevo enfoque de la psicología propuesto por Martín Seligman y sus colaboradores, la esperanza comenzó a ser objeto de estudio hasta consolidarse como uno de los cuatro componentes del bienestar psicológico, objeto de estudio de la psicología positiva. Así, junto con la resiliencia, el optimismo y la autoeficacia, ha sido estudiada a profundidad al punto que hoy la escala de Herth, ayuda a medir en qué nivel está en pacientes con cáncer o adultos mayores.
De esta manera la esperanza ha sido llevada al campo clínico permitiendo con ello que por ejemplo en un estudio realizado con adultos mayores que habían sido abandonados por sus hijos, ya no tenían roles importantes en la sociedad además de sentir que su salud estaba deteriorada y luego de una intervención de seis meses en los que se les contó historias, se les permitió creer en sí mismos y se trabajó en autoestima, los profesionales hallaron mejoría en el reporte de amor por la vida y expectativa de vida por parte de los abuelos.
Desde otros ángulos de intervención el entrenamiento en esperanza y la puesta en práctica de su vivencia ha llevado a que las personas controlen sus estados de ánimo, esto es que reduzcan los niveles de depresión y ansiedad, reduzcan niveles de estrés y con ellos problemas de salud tales como alteraciones digestivas o brotes en la piel comiencen a mostrar mejoría.
¿La esperanza de la psicología positiva es la misma virtud teologal?
En principio la virtud teologal estaría contenida en el concepto de esperanza, pues para que la virtud teologal se dé, se requiere que la persona tenga fe en un Ser Superior. Lo que no sucede en todo el mundo. Sin embargo, mis estudios de campo me han mostrado que, moviéndonos en una cultura eminentemente religiosa, cuando hablamos de esperanza inmediatamente decimos: “está puesta en Dios y él no me va a fallar”.
La eficacia de la esperanza bajo esta perspectiva sería que cada uno ponga esas metas altas, fije los caminos para lograrlo y desde su corazón pida la asistencia y compañía de Dios. Así dejamos que Dios sea Dios y que cada quien haga lo que le corresponde.
¿Y por qué he llamado el circuito de la esperanza?
Martín Seligman en 2018, publicó un libro que lo ha llamado así y es de donde he tomado el título del presente artículo, pero para no alargar el tema, en uno de los capítulos finales expone con gran alegría los hallazgos de su equipo de neurocientíficos y que el propio Seligman logró entender una madrugada en un sueño de epifanía: que dentro del cerebro humano hay un circuito cerebral que le permite vivir siempre en esperanza.
De tal manera que la esperanza siempre estará en los humanos y que por mucho que le abatan las penas, ésta brillará mostrando que hay un norte para caminar, seguir y confiar. Siempre habrá un nuevo amanecer, siempre se podrá lograr. Y para que no quede brecha entre esperanza de la psicología y esperanza de la virtud teologal, he de citar la frase abreviada de Seligman: “entre la ciencia y la religión, se puede comprender todo”.