Hay personas que no tienen tiempo, según ellos, ni para saludar a la mamá, porque las múltiples ocupaciones los llaman. Luego preguntan y porqué mamá enfermó de cáncer, porqué yo enfermé de cáncer. Porque no tuvieron tiempo, esa es la respuesta.
Por: Adrián Hernández/ En su libro Las Confesiones, Agustín de Hipona se detiene a analizar el tema del tiempo. Al respecto llega a decir: “¿Qué es pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese no habría tiempo presente”.
Lo cierto es que la temporalidad y sus principios nos ubican en el lugar preciso para cumplir la cita amorosa, de lo contrario los amantes no podrían hacer cruzar sus vidas y mucho menos sus intenciones y deseos. Igual se puede decir del deportista que ve cómo la medalla se le escapa porque el adversario pudo resolver la prueba con anticipación así hubiese sido por milésimas; hay que ver qué siente el ciclista que pierde la etapa por foto finish.
Y no es para menos, la ciencia ha tenido sus problemas con el tiempo, por ejemplo, se dice que el inventor del teléfono no es quien dice ser, hubo alguien que ya lo había logrado, pero tuvo una demora en darlo a conocer por tiempo y dinero. En 2002, el congreso de Estados Unidos, reconoció al Italiano Antonio Meucci como el inventor del teletrófono. Aparato que él había diseñado para poder hablar desde su oficina con el dormitorio donde se hallaba su esposa enferma, antes que Bell. Igual parece que sucedió, dicen algunos, con las teorías que hoy nos rigen, como lo es la teoría evolucionista.
En fin, hay cientos de casos donde aquello que hemos llamado tiempo es la coordenada que nos da cuenta del límite, de la finitud, de lo pasajero que es todo. Así hay un tiempo para nacer y otro para morir, uno para sembrar y otro para cosechar, un tiempo para estar juntos y otro para estar separados, un tiempo para llorar y otro para reír, tal como bellamente lo escribe el libro del Eclesiastés.
Pero si analizamos lo expuesto hasta aquí y otros tantos episodios que en este momento nuestra mente nos evoca, llegamos a la conclusión de que definitivamente para todo hay tiempo. No obstante, no se sabe por qué y en qué momento nos metimos en el remolino de que el tiempo no alcanza. Pero la cuestión es de percepción. Veamos:
Si alguien acaba de conocer a un ser que le deslumbra, el tiempo pasa a ser una experiencia de poca relevancia. El recorrido de varios kilómetros o cientos de ellos, ya sea a pie o por el medio de transporte que sea, no origina cansancio alguno, toda vez que logre por lo menos ver a ese ser que deslumbra; si llegase a conseguir un beso, sería lo más próximo a la eternidad.
No sucede lo mismo cuando alguien es privado de su libertad o su ser amado se va por la causa que sea. En este punto también hay experiencia de eternidad, pero de esa de la que se quiere la devuelta de forma inmediata.
Ya sea por una cara de la moneda o por la otra, si se puede decir así, para enmarcar las distintas experiencias con el tiempo, parece ser que lo que necesitamos es tiempo sin tiempo como dice Mario Bennedetti en un uno de sus bellos poemas: “Preciso tiempo, necesito ese tiempo, que otros dejan abandonado, porque les sobra o ya no saben qué hacer con él…Vale decir preciso, o sea necesito, digamos, me hace falta, tiempo sin tiempo”.
Con facilidad hemos incorporado en nuestro léxico diario expresiones como: ¿cuándo nos vemos?, y como si fuera poco le agregamos: y vamos a tomar algo y a adelantar cuaderno: en el fondo es un formulismo, una manera de aplazar lo que pudiéramos aprovechar y hacer lo de una vez, para expresar sentimientos de aprecio o de gratitud. De tomarle la mano sin decir mucho para menguar la soledad o la tristeza que se puede estar pasando.
Hoy el tiempo no da y tal vez nunca ha sido así para asegurarnos una segunda visita o un próximo encuentro. Hay unos versos de un poema conocido y que es atribuido a Gabriel García Márquez que dice: “Hoy puede ser a última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que, si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo”. Por eso el tiempo es ya y ahora.
Si al cabo de los años que tenemos, hiciéramos un balance a cerca de la inversión del tiempo, van a hacer muchos los años, meses, días, horas, minutos y segundos que se han ido quizá en lo que no queríamos o de pronto también haya sorpresas, un balance a nuestro favor. Es conveniente revisar constantemente en qué invierto mi tiempo. Sería caótico que mi tiempo hubiese sido invertido en pantallas, amigos imaginarios, supuestos amigos de farra. Pues con toda seguridad el día que necesite de ellos, no tendrán tiempo para mí.
De acuerdo con los días que ya han sido marcados en el calendario, van doce de este nuevo año. Cabe la pregunta y qué he hecho en ellos. ¿Ya compartí con los míos?, ¿ya hice algunas inversiones de ocio en mí tales como: leer, pasear, comer algo rico, reír, bailar, abrazar, caminar, orar, ¿cómo va el ejercicio físico?
Vamos tan rápido por la vida que nos perdemos las cosas sutiles de ella, por considerarlo una perdedera de tiempo. Por ejemplo, contemplar amaneceres, atardeceres, escuchar el canto de las aves, ver las estrellas del firmamento, saludar a los viejos amigos, agradecer por los regalos que recibo a diario. ¿Cuánto me toma hacerlo?, Pocos minutos, pero pueden ser trascendentales cuando de menguar el impacto del estrés se trata.
Hay personas que no tienen tiempo, según ellos, ni para saludar a la mamá, porque las múltiples ocupaciones los llaman. Luego preguntan y porqué mamá enfermó de cáncer, porqué yo enfermé de cáncer. Porque no tuvieron tiempo, esa es la respuesta. O lo peor: el día del funeral van con el mejor ataúd, el ramo más hermoso de flores y si es posible unos mariachis para despedirse de ese ser querido porque se lo merecía todo, porque mientras estuvieron vivos no hubo tiempo para hacerlo.
Para las exequias todo mundo saca tiempo, tramitan permisos en las empresas y estas los conceden, hasta la ley da día de descanso por duelo, pero en muchas ocasiones las empresas no conceden ni un segundo para amar la vida y enamorarse más de ella.
Con mucha alegría les comparto mis queridos lectores que en mi empresa damos un día al mes llamado de la esperanza, donde cada quien puede hacer lo que quiera menos hacer oficio en sus casas. Es un tiempo para cada uno y hay testimonios maravillosos: unos leen, otros van a masajes, otros van a cenar con su pareja, en fin, es un día para cada quien.